Al día siguiente.
Por la noche.
Cogí el coche y pasé a por Cristina, que vivía en una pequeña casa al lado de la pastelería de Sam.
Toque al timbre y salió ella muy arreglada con unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta de palabra de honor demasiado escotada diría yo.
-¿Nos vamos? –sonrió.
Me aparté dejando el paso libre para que pudiera salir de su casa y dirigirnos hacia mi coche.
Me aparté dejando el paso libre para que pudiera salir de su casa y dirigirnos hacia mi coche.
La verdad es que estaba bastante bonita esta noche.
Abrí la puerta del coche y con delicadeza se adentró en él
con una sonrisa.
-¡Quién me iba a decir que iba a cenar yo con Pablo Alborán!
–dijo entusiasmada.
No respondí palabra alguna, tan solo sonreí y arranqué el
coche sin más.
Ella misma se había auto invitado a una cena, que no se le
suba tanto la tontería a la cabeza.
Al llegar al restaurante, nos adentramos por la puerta
trasera donde me esperaba un camarero para llevarme a la parte reservada para
nosotros. Cómo comprenderéis soy una cara conocida, y que me vean con una chica
causará mucho escándalo en la prensa.
Moví su silla y dejé que se sentara. La acerqué hacía la
mesa y me senté rápidamente en mi silla.
-¿Qué piensas pedir? –me preguntó sonriente.
-La verdad es que no tengo hambre –añadí- pediré algo
rápido.
-Yo me voy a pedir este plato –me decía mientras me enseñaba
la carta.
‘’Que chica más lista’’ pensaba continuamente. Sabe que la
cena la voy a pagar yo sí o sí y se coge lo más caro que encuentra.
Encogí las cejas y tosí cómo signo de incomodidad.
-¿Ocurre algo? –preguntó extrañada por mis gestos.
-No, no, no te preocupes –sonreí.
-¿Daremos luego una vuelta por el puerto o prefieres ir a mi
casa a ver una película? –añadió sonriente.
‘’¿A su casa? ¿En una primera cita’’ pensaba muy extrañado
por sus últimas palabras.
-La verdad es que me da lo mismo. –sonreí falsamente.
Comenzó a sonreírme y a mirarme de una forma un tanto
extraña. A extraña me refiero a diferente, como si quisiera hablarme con la
mirada. Me guiñó el ojo y acto seguido se rió.
-Te noto algo raro. –dijo ella algo preocupada.
-Estoy bien, tranquila. –tosí.
Era de las cenas más incómodas que había estado. Apenas le
conocía, apenas sabía cosas de ella. Con deciros que habían veces que olvidaba
su nombre y casi le llamaba por el nombre Lucía.
Cómo no, el recuerdo de Lucía vino de pronto a mi cabeza
haciendo que de vueltas y vueltas recordando su sonrisa. Le echo de
menos, hay que decirlo.
Cogí la botella de vino que había encima de la mesa y me
coloqué otro vaso más en la copa.
No tardé en beberme el vino, en tan solo unos pocos tragos
algo ligeros acabé con el líquido de la copa.
Cristina me miraba asombraba por las grandes ganas que
estaba teniendo yo esa noche de no despegarme de la botella.
-Perdón, es que pensar en cosas del pasado me hace beber más
–dije avergonzado.
-No tienes que pedir disculpas –dijo subiendo una ceja- Tu
bebe sin miedo. –sonrió.
Me volvió a mirar con una mirada un tanto extraña y volví a
coger esa botella que me llamaba a gritos. ‘’Bébeme, te haré olvidar por una
noche’’ me decía el vino mientras le miraba con ansiedad.
Yo no bebo, nunca he sido de beber, pero ahora mismo no
tengo una guitarra y un papel para refugiarme en la música, solo me queda una
triste botella de vino (caro, muy caro) que me haría olvidar por una noche el rostro y los
recuerdos de Lucía.
Pegué de nuevo largos tragos. ‘’Esta es la última’’ me
hablaba a mí mismo, pero claro, no sabía cuántas veces había dicho esa frase,
perdí la cuenta.
La joven seguía mirándome y yo al fin deje la botella quieta
por unos minutos. Me notaba algo mareado, pero no parecía nada grave.
-Toma, anda toma un poco más –decía Cristina mientras ponía de
nuevo la botella en mis manos- Si algo te hace olvidar es el beber, verás cómo
tu mente te lo agradecerá.
No estaba convencido de sus palabras, pero cogí de nuevo la
botella de nuevo.
-Por una noche no creo que pase nada -reí.
Cuando llegó la hora de marcharnos me levanté de la silla
rápidamente y junto con un camarero nos dirigimos hacia la puerta de salida por
donde habíamos entrado también. Cristina me agarró del brazo muy contenta y yo
no entendía el por qué.
-¿Estás seguro que quieres conducir tú? –preguntó preocupada.
-Tranquila, estoy bien. –sonreí.
-¿Vamos a mi casa? –dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿A tu casa? –pregunté nervioso.
-Bueno…a que me lleves a mi casa, o…no sé. –rió.
-Sí, será mejor que te lleve a tu casa. –dije encogiendo las
cejas por la mirada tan provocativa que me estaba lanzando.
Subimos al coche y nos dirigimos hacía su casa.
Al llegar me bajé, abrí la puerta de su lado y ella con
delicadeza salió del coche.
Llegamos hasta la puerta de su casa y sacó sus llaves del
bolso.
-¿Vives sola? –pregunté extrañado.
-Sí, bueno, no –rió- vivo con mi compañera de piso pero está
en Liverpool ahora mismo –sonrió-
Abrió la puerta y se quedó parada mirándome sonriente.
-Bueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeno, pues ya nos verem…-me
interrumpió.
-¿Te apetece pasar? –preguntó sonriente.
-Pues no sé, en realidad no se que dec…-me volvió a
interrumpir cogiéndome de la mano y haciendo que me adentrara en su casa.
Cerró la puerta y fue directamente a la cocina a sacar de
nuevo alcohol.
-No creo que sea buena idea que yo beba después de tanto
esta noche –dije nervioso.
-Por un poco más no te vas a morir –me ofreció sonriente.
-No, de verdad, gracias. –aparté el vaso de mi vista.
Narra Lucía
Las doce de la noche y cómo siempre tirada la cama viendo
cómo las agujas del reloj van más rápido que las pulsaciones de mi corazón que
hace varios días dejó de latir cómo siempre lo hacía.
¿No os ha pasado que sentís un vacio dentro? ¿Qué sentís que
el mundo poco a poco os está chafando y que en vez de subir la comisura de tus
labios para sonreír te sube la depresión?
Bien, pues estos días estoy pasando por un terremoto
emocional. Un nudo de palabras no dichas se encuentran acumuladas en mi
garganta haciendo que me ahogue y mueran las mariposas de mi estomago poco a
poco. Ya no sé si esto se debe a la muerte de mi hermano o el ‘’abandono’’ de
Alborán, que sabré yo, si ya no me acuerdo ni cómo era estar feliz.
Cogí mi móvil y marqué el número de Laura con la esperanza
de que me sacara un poco de esta oscuridad de mi interior.
-Dígamelo doña Lucía. –dijo Laura con un toque de gracia.
-Necesito que me distraigas –dije sin ganas.
-¡HOLA LUCÍA! –dijo Aida que se le escuchaba de fondo.
-Hola rubiales –reí- ¿Qué tal estáis por allí? –Dije
mientras colocaba el altavoz y comenzaba a dibujar en mi bloc.
-Estamos tomando una cerveza en la habitación de Aida y en
media hora salimos de fiesta. –dijo Laura muy contenta.
-A pasarlo bien, ya sabéis –dije sonriente.
-Ojalá estuvieras aquí con nosotras –dijo Aida con un tono
apagado.
-Volveré pronto, lo prometo. –dije intentando animarles.
-Pablo ya llegó a Málaga y creo que no sabe que te has ido a
Almería. –añadió la pelirroja.
-No te preocupes, eso obvio que me dio un tiempo por no
saber cómo dejarlo, aun que creo que si me entendiera tendría que darme otra oportunidad.
Las parejas algunas vez se han mentido, y yo no lo hacía con mala intención.
-Lo sabemos –dijeron las dos a la vez.
-Os dejo disfrutar de la noche, supongo que tendréis que
terminar de arreglaros.
-¡Exacto! –añadió muy feliz Aida- Te queremos, vuelve pronto
morenaaaaaa.
-¡Adiós guapísimas! –dije feliz.
Colgaron el teléfono y volví al vacío de siempre. Por un
momento había sonreído al escuchar a ellas dos tan felices.
Que duro es fingir una sonrisa.
Narra Pablo.
Me senté en el sofá de su casa algo incomodo y apoyé mi
espalda con delicadeza. Resoplé y agarré mi móvil.
Necesito hablar con Lucía, pero para colmo borré su número
para no saber de ella en Londres. No hay persona más idiota que yo.
Mientras Cristina recogía rápidamente un poco su cocina para
que la viera ordenada, yo fui hacía una habitación y llamé a Sam lo antes
posible.
-¿Pablo? ¿Y eso que llamas? –preguntó extrañada.
-Necesito hablar con Lucía ¿Puedes pasármela? –pregunté desesperado.
-Claro, y ya de paso hacemos una llamada de tres personas
cómo en las películas Americanas, no te jode.
-No te pillo…-dije sin entender nada.
-Pablo, Lucía se fue a Almería a vivir de nuevo, ahora no me
digas que no sabias nada –rió.
-No sabía nada –dije con un nudo en la garganta.
-Tócate los huevos don lunares. –dijo ella sorprendida por
mi última frase.
-¿Por qué se marchó? No puede ser verdad…-añadí asombrado
por lo que me estaba comentando.
-¿Por qué te fuiste tú dejándola ahí? ¡Encima con una carta!
¡Tócate los huevos Don Lunares! –gritó.
-Ee…eee…eso es otro caso –balbuceé nervioso-
-¿Pablo dónde estás? –Dijo Cristina desde el salón.
-¿Ya estas con otra chica? –preguntó Sam con un tono
cabreado- ¡TÓCATE LOS HUEVOS DON LUNARES! –colgó.
Me quedé sorprendido por la conversación que acababa de
tener con la tía de Lucía.
Me dirigí hacía el salón y vi a Cristina apoyada en el marco
de la puerta sonriéndome.
Fui hacia ella y me quedé mirándole sonriente.
-Estaba hablando con mi hermana…-añadí para arrancar el
silencio.
Se dirigió de nuevo hacia la cocina y cogió su copa de
alcohol de encima de la mesa. Se quitó los tacones y los dejó en una esquina
para ella poder ir más cómoda.
Miraba cada movimiento que hacía, cada mirada de esas
‘’inquietantes’’ que se que quieren decirme otras cosas, cada sonrisa
provocativa y cada mordida de labio. Esto se estaba nos estaba yendo de las
manos.
-Pablo, he de confesarte que no te he traído hasta aquí para
mirar las musarañas. –se sinceró.
-Lo sé, se que quieres otro camino…
-¿Entonces por qué has venido? –preguntó extrañada.
-No lo sé ni yo…la verd…-me interrumpió.
Agarró mi corbata y me atrajo hasta ella mientras mordía su
labio. Pegó mi cuerpo contra el suyo y se subió encima de la encimera de la
cocina. Besó mis labios con mucha rapidez. Me dejé llevar, no sé por qué, pero
lo hice.
-¿Qué estamos haciendo? –dije mientras seguía besándome los
labios.
Ella no contestó, tan solo seguía deslizando sus labios
sobre los míos. Me cogió del cinturón y me atrajo aun más hacía ella. Abrió sus
piernas y me colocó entre ellas. Bajó de la encimera de la cocina y mientras
mordía su labio agarró de nuevo mi corbata y me llevó rápidamente hacía su
habitación, donde no tardó en tirarme sobre la cama y colocarse encima de mí
para quitarme con mucha rapidez los botones de mi camisa.
Mi temperatura corporal subía por momentos. No entendía a mi
cabeza, en esos momentos solo veía a Lucía quitarme la camisa y no a Cristina,
estaba completamente confuso.
Se deshizo de su ropa y quitó mis pantalones con mucha
facilidad. Seguía viendo esa imagen de Lucía en ella, no conseguía ver a otra
persona que no sea ella. ¿Será por eso que me estoy dejando llevar de este
modo?
Pasó su lengua por mi pecho e hizo que la piel se me erizara
en pocos segundos. Su mano se deslizaba por cada rincón de mi cuerpo y yo
apreté su cintura con fuerza y acaricie su pierna lentamente.
-Luci… -me interrumpí a mi mismo antes de acabar el nombre.
-¿Qué has dicho? –decía mientras besaba mi cuello y se iba
deshaciendo de mis bóxers.
-Olvídalo…
Sacó de su mesita de noche un preservativo y me lo enseñó guiñándome
un ojo. No sabía que responder a tal acción.
Esto…esto está yendo demasiado lejos…
Noté cómo estaba dentro de ella a la vez que soltó un
suspiro de placer.
Seguimos el mismo camino que habíamos tomado, ya no había
marcha atrás. Entre suspiros de placer y besos sin sentimiento se basó mi noche
de luna menguante.
Al cabo de un largo rato ella cayó rendida y se quedó
dormida junto con la sábana que tapaba su cuerpo desnudo.
Pasé mis brazos por detrás de mi cabeza y me quedé mirando
el techo mientras mil pensamientos rondaban por mi cabeza.
‘’No he visto a Cristina en todo este rato, lo único que
podía ver era Lucía junto a mi’’ pensaba continuamente. Mi cabeza daba vueltas
al asunto. Llegué a la conclusión de que esto solo tenía una respuesta: Le
necesito.
Observé a Cristina y besé su frente cómo signo de disculpas.
Miré el reloj y eran la una y diez.
Resoplé y me levanté de la cama.
Almería, son tres horas de viaje y con la carretera oscura,
pero… voy para ya a recuperar lo que es mío.
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