Cuándo un día de lluvia hace que los demás sean soleados.

domingo, 13 de abril de 2014

Cuarenta y uno.

Anteriormente.
Al cabo de un largo rato ella cayó rendida y se quedó dormida junto con la sábana que tapaba su cuerpo desnudo.
Pasé mis brazos por detrás de mi cabeza y me quedé mirando el techo mientras mil pensamientos rondaban por mi cabeza.
‘’No he visto a Cristina en todo este rato, lo único que podía ver era Lucía junto a mi’’ pensaba continuamente. Mi cabeza daba vueltas al asunto. Llegué a la conclusión de que esto solo tenía una respuesta: Le necesito.
Observé a Cristina y besé su frente cómo signo de disculpas.  Miré el reloj y eran la una y diez. Resoplé y me levanté de la cama.
Almería, son tres horas de viaje y con la carretera oscura, pero… voy para ya a recuperar lo que es mío.
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Narra Pablo
Salí rápidamente del hogar de Cristina y me adentré en mi coche. Quizás esté haciendo una locura, quizás el alcohol me haya afectado tanto que se me está yendo la cabeza o quizás simplemente quiera salvar mi futuro, porque no lo veo con otra persona que no sea con ella, con Lucía, la persona que en tan poco tiempo ha sabido sacarme más sonrisas de las que te podrías imaginar que sacarías a pasear en un día, la persona que siempre tiene una bonita palabra que decirte en tus momentos oscuros, la persona  que te hace soñar despierto, mi musa, mi melodía, mis letras, ella se ha convertido en todo.
Conducía rápido, mirando con mucha atención la carretera. Roses de James Arthur sonando de fondo en la radio y mientras mi corazón latía extremadamente rápido. Estaba nervioso, demasiado nervioso. Mis manos temblaban, mi mente solo enfocaba momentos vividos junto a ella, mi piel se erizaba y mi garganta se secaba poco a poco. Nervios, muchos nervios (o ganas de querer tenerla ya en mis brazos).
Pisé el acelerador y fui aun más rápido. Tenía ganas de llegar a Almería y volver a acariciar su piel.

Agarré mi móvil, comencé a llamar a Sam y puse manos libres.
-¿Qué haces llamando a estas horas? –dijo ella con voz dormida.
-Necesito que me digas la dirección de la casa de Lucía de Almería, por favor. –rogué.
-Te la doy si me prometes que si pasa algo yo no tendré la culpa de haberte dado la dirección. –dijo con voz cansada.
-Tranquila, no diré que me lo has dicho tú. –añadí.
-Calle También Quiero El Numero De Sergio Dalma Número 18.
-¡VALE, VALE! ¡TE LO DARÉ! ¡Pero no le digas que te lo he dado yo! –hablé alzando la voz.
-Trato hecho. –dijo satisfecha- Calle Explanada y la puerta número 18.
-Gracias Sam –añadí- ¡Que duermas bien! –dije rápidamente.
-¡EH! ¡El numero de Serg…-le interrumpí colgando.

Dejé el móvil en el asiento de al lado y seguí mi camino.
Al cabo de dos horas miré el reloj y ya eran las tres de la mañana. Estaba a punto de llegar a mi destino, a punto de hacer que esto cambie. No sabía que iba a ocurrir, los nervios me impedían hasta pensar que hacer cuando esté en frente de su puerta.

Puse mi mente en otro lugar (por no decir en su sonrisa) y mis ojos se desviaron de la carretera. De pronto reaccioné y pude ver que me encontraba en el carril contrario y un camión pitando como loco. Rápidamente fui hacía el otro carril con el corazón acelerado y después de haber visto mi vida pasar en unos pocos segundos. Cogí aire y di gracias a dios que no ha ocurrido nada de nada.

El GPS me llevó hasta la calle dónde vivía ella y aparqué el coche justo en frente. Salí de él y miré la puerta muy pálido. Respiré hondo y expulse el aire junto con nervios acumulados.

Narra Lucía.

Me encontraba sentada en la barra de un bar que aun seguía abierto a estas horas. Una copa en mi mano y una depresión de narices encima. El dueño del bar me miraba con cara de querer violarme y la conversación de los camioneros que se encontraban sentados detrás de mí se basaba en mis piernas y mi trasero, pero no me importaba, nada me importaba esta noche.
-Sírveme de nuevo, por favor –le dije al dueño mientras le daba de nuevo la copa.
El hombre puso la copa sobre la barra y no tardé en acabármela. 

Agarré mi bolso y salí de allí antes de que es hombres me desnuden con la mirada.
Notaba cómo el alcohol recorría cada vena y se me subía rápidamente a la cabeza.
-Oh, dios…-hablé sola mientras notaba que andaba algo mareada.
Caminé hacía mi casa pero un banco me pedía a gritos que me sentara en él y expulsara toda mi angustia de dentro. Me quedé en el banco, miré hacia mis pies y en menos de dos segundos rompí a llorar. Era algo que necesitaba en esos momentos, ya que no lo iba a hacer delante de los puercos de antes. Lo único que alumbraba el lugar era una farola que se encendía y se apagaba continuamente, algo similar a mis ganas de seguir hacía delante. Cogí aire e intenté dejar de llorar, ya que no iba a ir a ningún lado amargándome la vida.

Esas ganas tremendas de volver a Málaga y mandar a tomar por culo (por decirlo vulgarmente) TODO. Quiero ser la joven feliz que no tenía apenas problemas en Benalmádena, ese lugar tranquilo en el que no te miran mal por cualquier tontería, el lugar donde he encontrado una bonita amistad, el lugar dónde tengo a mi tía y el lugar donde acogieron a mi hermano con los brazos abiertos, el lugar donde perdí una mentira de amor cómo el de Ángel y donde encontré uno bonito cómo el de Pablo. El lugar donde tendría que estar ahora mismo y no dónde me encuentro ahora,  llorando y asustada por si vuelve a aparecer un demonio llamado Ángel, pero no debo volver, aun no, no soy capaz de mirar a la cara a Pablo después de esa mentira que dije, después de que él no quiera saber más de mí, ya que si quisiera algo no me hubiera dejado en ascuas todos estos días pasados.

Me levanté del banco con la cabeza bien agachada, avergonzada de ser cómo soy y con penas que pensar esta noche. Mis días aquí se están resumiendo en ser esclava de la melancolía.
Caminé hacia mi casa lentamente, con la mente ahogada en un vaso de alcohol y el corazón funcionando al ritmo de un reloj estropeado.

A lo lejos iba viendo mi casa, la casa donde mi crié y donde no quiero seguir creciendo. Me quité los tacones, ya que mis pies me lo pedían a gritos. Caminaba hacia mi puerta con los zapatos en la mano y los pies pisoteando mi alma. Me quedé quieta al ver la sombra de un hombre parado en la puerta de mi hogar. No, no, no, Ángel de nuevo aquí no, por favor.


Me eché poco a poco hacía atrás para que la farola no me alumbrase y no pudiera verme y me quedé observándole detrás de un árbol. Él miraba hacia la ventana de mi habitación y se rascaba la cabeza como si estuviera indeciso de algo.        

Narra Pablo.
En estos  momentos no sabía qué hacer, me encontraba en una situación demasiado complicada, cómo si miles de flechas me rodearan para acabar conmigo.
¿Toco al timbre? ¿A las tres y cuarto? No, no puedo. ¿Tiro piedras a su ventana? ¡NO TENGO NI IDEA QUE HACER! ¡NI SI QUIERA TENGO SU NUMERO! Me gritaba mi mente.

Escuché un ruido detrás de un árbol y giré mi cabeza rápidamente para ver de qué se trataba. No se encontraba nadie en ese lugar, pero el viento no podía ser, ya que no hacía nada de corriente. Me senté en la entrada de su casa y agarré con fuerza mi pelo, no sabía qué hacer en esos momentos, si salir de allí y volver a donde me corresponde o coser mis heridas recuperando a Lucía. Quizás la segunda opción me gustaba mucho más.

Me puse de pie de nuevo y volví a escuchar el sonido de alguien pisando hojas secas.
Alcé mi mirada y de nuevo no había nadie alrededor. De pronto vi una sombra detrás de un árbol y me acerqué lentamente.
No dije nada, tan solo seguía viendo esa sombra negra detrás.
De pronto la farola me alumbró y me quedé parado observando atentamente el árbol. 

-¿Pablo? –pronunció mi nombre una joven con una voz familiar.

Me paralicé al escuchar mi voz ya que podía ser un fan, un periodista o…

-¿Lucía? –dije mientras observé su rostro salir de detrás del árbol.

Me quedé asombrado al verle. El corazón se me detuvo y mis ojos se negaban a pestañear.
Ella se encontraba en la misma situación que yo. Los dos paralizados, uno en frente del otro y sin pronunciar palabra alguna.
Lucía rompió a llorar y agachó su cabeza.

-¿Por qué lloras? –pregunté aun asombrado de verla
-¿Dónde has estado todos estos días? –preguntó mientras se ahogaba en su mar de lágrimas.
-Estaba confuso, no sabía qué hac…-me interrumpió.
-Perdóname –dijo a la vez que lloraba con fuerza- Perdóname, perdóname. –insistió.
No respondí, seguí paralizado.
-No quería perderte y ocurrió, fue todo tan…-paró de hablar y siguió llorando con fuerza.
-No me has perdido –dije bajando la mirada hacia el suelo.

Ella cambió de color y dejó de llorar.
Me acerqué a ella a un paso muy lento y agarré su mano.
-Todo el mundo comete un error y yo he sido tonto de dejarte así. He buscado tus labios en otros labios cuando puedo tener los tuyos propios. Perdóname a mí por ser cómo he sido y si he venido hasta aquí a estas horas es por qué no podía aguantas ni un minuto más sin ti. –dije sincerándome lo mejor que podía.

Ella con la mirada hacia abajo no decía palabra alguna.
-Te he echado de menos –añadí mientras alcé su cabeza para que me mirase.
Ella de nuevo se quedó en silencio y rápidamente soltó mi mano para darme un cálido abrazo.

-Por fin te tengo de vuelta en mis brazos –dije quitándome un peso de encima.
-No me lo creo aún –me susurró ella aun con voz llorosa.
Me separé de ella y fundí mis labios en los suyos.
Mi teléfono comenzó a sonar y miré que era Cristina.
-¿Quién es Cristina? –preguntó extrañada
-Nadie, ahora nadie –sonreí y colgué el teléfono.
Volví a besarle con ganas de recuperar el tiempo perdido sin saborear sus dulces labios.

Nos separamos y ella acarició lentamente mi cuello con una sonrisa.
-No puedo creer que este sonriendo –añadió
Le di un beso en la frente y sonreí.
-¿Ahora qué? –pregunté extrañado.
-Ahora a dormir y cuando salga el sol, saldré de Almería tan rápido que no me verán pasar –rió.
-Me parece buena idea. –añadí.
Sacó de su bolso las llaves y nos adentramos sigilosamente en su casa. Subimos las escaleras y ella se quitó toda su ropa quedándose en ropa interior. Se tiró sobre la cama y esperó a que yo hiciera lo mismo. No tardé en hacerlo y me acosté a su lado.
Pasaba mis dedos por su pierna delicadamente, como si de tocar el piano se tratase.
Se acurrucó en mi pechó y con una sonrisa cayó en los brazos de Morfeo. Echaba de menos verle dormida.
Qué bonita sensación la de saber que al llegar a casa solo escribirás canciones de amor y con vivencias propias. La persona que te quitaba el sueño de nuevo duerme junto a ti.

No podía seguir buscando su aroma en el viento.

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