Cuándo un día de lluvia hace que los demás sean soleados.

jueves, 24 de julio de 2014

Cuarenta y ocho.

Anteriormente.

Giré mi cabeza rápidamente al escuchar la puerta de la casa de al lado. Pablo salía con dos maletas grandes y se dirigía hacia la salida de su casa. Un coche le esperaba en la puerta.
La curiosidad vino a mí. Corrí rápidamente hacía la puerta de mi jardín para observarle sin que pudiera verme.

-¿Estás seguro de irte cuatro meses a Madrid? –dijo Esperanza mientras le ayudaba a meter las maletas en el coche.
El corazón se me paró al escuchar ‘’cuatro meses’’.
Salí rápidamente y pregunté:
-¿Cuatro meses?
Ellos dos se giraron rápidamente para observarme.
 Él se fijó en mi inquietud y poco a poco fue acercándose a mí.


-Pablo, nos tenemos que ir ya o perdemos el avión

Narra Pablo.

Me adentré en el coche sin dejar de mirar la mirada triste de Lucía penetrando en mis ojos.
Dicen que el silencio es la mejor respuesta, pero en este caso solo he dejado más vacío dentro a la persona con la cual me gustaría pasar el resto de mis días.
Sus ojos se volvieron cristalinos justo en el momento en que la puerta del auto se cerró. Apretaba sus manos con demasiada fuerza, mordió su labio y cerró los ojos para impedir que una lágrima desfilara por su mejilla derecha.
No entiendo por qué esta mirándome entristecida, cuándo en estos días lo único que nos hemos demostrado es que no estamos hechos el uno para el otro, pero aun así, ella me mira cómo si el mundo se acabase justo cuando el coche arrancase.
No dejaba de mirarla, no apartaba mi vista ni un segundo, ni ella la suya.
Esperanza tocó mi hombro y lo acarició dulcemente cómo signo de que todo irá bien.
No hay nada más doloroso que saber que una persona sufre por tu ausencia, que sufre por saber que estas lejos de ella.
No Amanece de David Bisbal sonaba en los 40 principales que tenía sintonizado en el coche. Las canciones en los momentos más tristes siempre crean más melancolía en el entorno y en estos momentos se me estaba formando ese nudo en la garganta que a nadie le gusta tener.

El coche arrancó y poco a poco fui viendo cómo Lucía se alejaba de mí. En realidad, yo me estaba alejando de ella, pero sentía cómo si ella sea la que se fuese lentamente…de mi vida.

Narra Lucía.

Ya no quedaba ni rastro de polvo que había levantado el coche al salir de aquí y mi mirada seguía perdida.

-¡Pero qué haces ahí parada! –gritó mi tía detrás de mí.
-Que Pablo se ha ido Sam…-añadí sin dejar de mirar al mismo sitio que hace varios minutos.
-Pues se habrá ido a su estudio o cualquier cosa, ahora volverá mujer…
-No, no...que se ha ido…meses…a Madrid…así…sin más. –decía con voz desganada.
-Ah…-añadió-
Se acercó al cubo de basura que tenía a seis pasos, tiró la basura y al terminar se colocó delante de mí.
-¿Y ahora qué? ¿Te vas a morir o qué?
-Sam…
-¡Lo estabas diciendo cómo si tu mundo se acabase! –dijo en voz alta
-¡Por qué le sigo queriendo! –grité
-¡Lo sabia! ¡AHÁ! –me puso su dedo delante de mis ojos apuntándome.
-¡No es tan fácil deshacerse de sentimientos!
-¿Y por qué los negabas cada vez que te preguntaba por El Lunares? –dijo intentando poner voz de policía malhumorada.
-Por qué quería que vieses que yo también puedo olvidar a alguien…-añadí cabizbaja.
-Si es que puedes…pero de Pablo y su culito apretado pue…-le interrumpí.
-Sam, por favor.
-Es verdad y lo sabes. –añadió seria.
Una pequeña risa salió de mi boca y me adentré en el jardín sonriendo.
-Si es que lo sabía. Samanta nunca miente, querida, Samanta lo ve todo. 
-¡Oye, que me gustan muchas cosas de él! –añadí mientras me adentraba en casa.
-No hablemos de lo que te gusta de él que al final sacaremos asuntos que la tita Sam no quiere escuchar. –añadió mientras se tiraba al sofá.
-No pensaba hablar nada de lo que estas pensando –reí.

Subí a mi habitación y coloqué el disco de Pablo López que tantas veces había escuchado desde que me lo compré.  Como siempre, me tiré a la cama y me dejé llevar por ‘’Callado’’, una canción que el primer día que la escuché no la encontraba atractiva para mis oídos y ahora se ha convertido en una de mis favoritas.
-El que nunca te lo dijo, solo se quedó callado oo oo…-cantaba al mismo ritmo que el cantante.

Echaré de menos a Pablo, tanto que dolerá demasiado. Pero ya veis, el amor duele siempre, hagas lo que hagas.
---
Abrí mis ojos de repente a causa de que mi móvil estaba sonando. Me había quedado completamente dormida en mi cama y parece que por más de una hora, ya que el CD de Pablo López ya había terminado. Cogí el mi teléfono que se encontraba en la mesita de noche de la parte derecha de la cama y pude ver que era Aida.

-Dime –contesté dulcemente.
-Tú, Laura, yo, dar una vuelta por la playa a tomar algo, piénsalo. –dijo creando pausas.
-No tengo ganas –resoplé.
-¿Enserio? ¡Nunca tienes ganas! –gritó- Eres una deprimida de mierda sabes –rió.
-Lo sé –sonreí.
-Ahora en serio ¿Por qué no te vienes y que te dé el maldito aire? –insistió Aida.
-No estoy de humor hoy, eso de ir perdiendo a gente no da mucho ánimo sabes. –dije entristecida.
-¿Ya no te hablas con Lolo? –preguntó extrañada.
-Eso es otra de las causas…
O sea que hay más! Illa, definitivamente tu vida es una mierda –rió.
-Sí, que le vamos a hacer –me reí irónicamente.
-¿Qué te ocurre ahora? –preguntó Aida.
-Ya te contaré, o ya te enterarás. –suspiré.
-¡CUÉNTAME ESTA NOCHE EN LA PLAYA! –gritó.
-Bueno vale, vale –reí.
-¡Genial! Te dejo que van a hacerme la manicura –rió-
-Vale señorita pija –dije con una sonrisa-
-Te digo luego por un Whatsapp la hora y todo eso, ya sabes. –añadió- Adiós lady –dijo a la vez que colgaba.

Dejé el móvil encima de la cama y bajé al jardín para coger a Shadow y sacarle a pasear por un buen rato.

Al volver de ese largo paseo por los alrededores miré el reloj  de la cocina. La aguja marcaba hacia las seis. Ya era por la tarde y ni si quiera había comido. El adiós de Pablo por unos meses me había dejado un gran hueco en el estómago, pero no me preocupaba en llenarlo, ni si quiera lo había pensado.
Agarré mi teléfono móvil y abrí el Whatsapp dónde seguramente Aida estaría esperando una respuesta.

‘’A las nueve paso a recogerte en coche junto con Laura. Te quiero’’ decía el mensaje de Aida.
‘’Me parece bien’ le respondí junto con un icono sonriente con las mejillas enrojecidas. 

Cerré esa misma conversación y pude ver que Lolo me había escrito. Mi cara cambió completamente.

‘’No quiero dejar las cosas así’’ decía el mensaje del guitarrista.

No respondí, pero no por qué no quiera saber de él, si no por qué en estos momentos no sabría que decir a todo esto. Soy una jodida imbécil, me quejo del daño que me hacen las personas cuando a la misma vez creo yo misma un terremoto en un corazón.

Cogí mi cámara y comencé a mirar todas las fotos que habían almacenadas en la tarjeta, concretamente de las primeras que saqué.
Automáticamente sonreí, no pude evitarlo. Una foto detrás de otra de aquel día que Pablo estuvo en mi habitación por primera vez. Una sonrisa detrás de otra, una tontería tras otra, ese día fue mágico. Me quedé mirando con una bonita sonrisa la foto de Pablo riéndose mientras intentaba quitarme la cámara de las manos. A veces las fotos más tontas son las que más te llenan por dentro, por qué una foto es más bonita si cada vez que la ves te acuerdas de aquel gran momento que pasaste y más si es al lado de la persona que echas de menos.

-¿Y esa sonrisa? –dijo mi tía parada en la puerta mientras me observaba atentamente
Intenté disimular y apagué la cámara.
-Se veía la foto desde aquí –rió
Vino hacía mí y se sentó en el borde de la cama junto a mí. Posó su mano en mi pierna y suspiró.
-Yo no soy de consejos y lo sabes –rió
-Tranquila, no los necesito –sonreí
-Igualmente lo único que te puedo decir es que si alguien te importa no le dejes escapar –suspiró.
-¿Cuál es tu historia Sam? –añadí de repente.
Se quedó sorprendida por mi repentina pregunta.
-Vivo contigo y apenas se de ti, de tu vida amorosa ¡De todo!
-El amor de mi vida se llamaba Héctor. Era un joven profesor de matemáticas dispuesto a comerse el mundo. Tenía la sonrisa más bonita que podía ver, la piel morena y ojos marrones cómo la tierra mojada de febrero. Me traía flores, mis preferidas. Comenzamos una relación seria, tan seria que me presentó a sus padres a los dos días –rió- me apoyó en todo momento, sobretodo cuándo…

-¡Cuando que! –dije adentrada en la historia.

-Cuando mi ginecólogo me dijo que no podía tener hijos. Mi vida después de esa noticia cambió demasiado. Cogí una pequeña depresión y él me ayudó en todo momento, igual que tu padre. El caso es que gracias a Héctor pude superarlo, pero todo lo bueno de una persona a veces con cualquier cosa hace que cambien las cosas y así fue, Héctor, el apuesto chico matemático de las flores me puso lo que se llaman ahora ‘’cuernos’’. Cuatro años juntos tirados por la borda. –suspiró- Y desde entonces solo he tenido romances de una noche, fin. –rió.
-Vaya…no sabía nada de esto –dije sorprendida.
-Eras pequeña cuando me sucedió todo esto y tus padres estaban a punto de separarse así que mucho contacto conmigo no tenías. –rió.
-Lo siento mucho por lo de que no puedes ten…-me interrumpió.
-No importa –añadió rápidamente

Se levantó de la cama y salió de mi habitación muy callada. Notaba su alma rota por dentro al recordar el pasado. Quizás lo mejor era que no hubiese preguntado nada, pero lo hecho, hecho está.

Se hicieron las nueve y yo ya estaba lista para nada más escuchar el pitido del coche salir a la calle y subirme en el coche de Aida. Y así hice nada más escuchar su claxon.

-¿A dónde vamos a cenar? –pregunté desde el asiento de atrás.
-Vamos al chiringuito de una amiga mía de la infancia –añadió la pelirroja.
-¿Qué cojones te has hecho en el pelo Aida? –pregunté a la vez que me reía.
-Me he cortado el pelo por los hombros y me lo he alisado, se lleva mucho ahora –dijo presumiendo.
-Ah, pues bien –reí.
-Yo de ti no me reiría –dijo Laura muy seria.

Aida resopló y arrancó el coche para ponernos en camino hacía ese lugar.
Al llegar al chiringuito me quedé mirando atentamente a la joven que se encontraba detrás de la barra.
-Te presento a Cristina –dijo Laura señalándome a la joven.
-¡Eres la amiga de Carlos! –añadió Cristina.
-Te acuerdas –reí
-Cómo para no acordarme…-sonrió falsamente
-Sabes, me parece haberte visto más veces pero no recuerdo dónde –dije con una sonrisa
-Pues…¡No sé! –rió.
-Bueno, bueno, bueno…vamos a sentarnos y a tomarnos unas tapas o algo, no sé. –añadió Laura muy animada.
El chiringuito estaba vacío y eso hacía que estuviéramos más tranquilas y que Cristina se sentara junto a nosotras.
-¿Vas a contar ya lo que te pasa, Lucía? –dijo Aida con la cerveza en la mano
-A a a…¿Ahora? –balbuceé.
-¡Vamos! ¡Estamos en confianza! Y no creo que Cristina diga nada –rió.
-Pero es sobre una persona que no me conviene decir el nombre –intenté que entrara en razón.
-Pues usa ‘’Espinete’’ para cambiar el nombre y listo –rió.
-Espinete se ha ido a Madrid cuatro meses. –dije muy directa.
Laura escupió la cerveza de repente.
-¡Espera! ¿Cómo? –dijo Aida sorprendida- ¿Hablamos de Espinete tu vecino, no?
-Ese mismo Espinete, sí. –añadí.
-¡¡PERO TÚ NO LE HABÍAS OLVIDADO!! –gritó Laura
-En teoría…no.
-No sé de que habláis –rió Cristina.
-Esta chiquilla de aquí –dijo Aida señalándome- nos dijo que había olvidado a un chico cuándo no es cierto y ahora está ‘’deprimida’’ por qué ese chico se ha ido a Madrid durante cuatro meses.
-Sabes, te entiendo perfectamente. –dijo Cristina- hace poco me di cuenta que me gusta de verdad un chico y también se ha ido a Madrid y me dijo que no sabía cuándo iba a volver, pero que tardaría.
-Anda, mira, alguien que te entiende –añadió Laura
-El caso es que voy a ir a buscarle y a decirle lo que siento, no puedo callármelo. –dijo Cristina después de beber un sorbo de cerveza.
-Haces bien –dijo Aida mientras me miraba seria.
-¿Y quién ese mozo eh? –dijo Laura con voz pícara- No me has contado nada –rió.
-No os lo creeríais jamás. –rió
-De una relación me lo espero todo tranquila –añadí levantando mi ceja derecha.
-Prometerme que no se lo contaréis a nadie –dijo sonriente.
-Tranquila –dijo la rubia.
-¡Me he liado con Pablo Alborán! –dijo entusiasmada.
Las tres escupimos la cerveza a la vez. Aida hacía el lado izquierdo de la silla, Laura hacía el mismo lado y yo directamente a la cara de Cristina.
-¿CÓMO? –preguntó sorprendida Aida mientras que mis ojos quedaron como dos platos llanos.

____
Siento la tardanza familia. Si te ha gustado, hazmelo saber en mi Twitter: https://twitter.com/Alboran_ista

No hay comentarios:

Publicar un comentario